¿Bioarquitectura? “Seamos serios, amigos...”
“Dónde
hay distinción no hay confusión”, que decía uno. Pues bien, si a la palabra
biología le damos la definición de la ciencia que estudia a los seres vivos, y si
el término bio-art identifica el arte
que incluye seres vivos, entonces, ¿por qué diablos se ha empezado a llamar bioarquitectura
a la que simplemente tiene unas placas solares?, o a la que se construye con
tierra, o a la que dibuja las consabidas flechitas azules y rojas de corrientes
de aire, o a la que tiene en cuenta materiales renovables, etc., etc., etc.
“Seamos
serios, amigos...”, que decía otro. El
inventarse la bioarquitectura no va
a ser menos, y se deberá definir por tanto como la arquitectura que incluye seres vivos. Siendo esto por cierto una
muy amplia definición. Pues una sencilla cubierta vegetal ya es un elemento
arquitectónico que incluye seres vivos para beneficio de los usuarios.
Pero
mientras, este es el último gran equívoco terminológico que se está deslizando de
manera sibilina en la arquitectura, y por extensión al resto de campos. Quizá
por inocente contagio, por la moda de incluir el término “bio” en cualquier
producto, que parece así prestigiarlo, aunque pueda provenir en realidad de una
mera estrategia comercial. Cuando más bien para esos casos se debería acompañar
la palabra arquitectura de algún derivado de los términos medio ambiente,
ecología, sostenibilidad, etc. Todo menos el prefijo “bio”, que debería
reservarse de modo exclusivo a lo que realmente integra vida real entre sus
elementos arquitectónicos.
Está
claro que no es la primera vez que se introducen equívocos en el uso de las
palabras por parte de los arquitectos. Ahí tenemos los ejemplos aún actuales,
que parece ya no podrán extirparse nunca, denunciados y explicitados en las
páginas 112-114 y 193-196 del libro Al
margen: escritos de arquitectura, Abada, Madrid, 2009 (www.amazon.com). Por
un lado, la gran confusión entre los arquitectos hispanoparlantes de los términos
modernista-moderno / modernismo-modernidad, debido en gran parte a las erróneas
traducciones de publicaciones anglosajonas. O por otra parte, la babel entre
escultura y arquitectura, proveniente del racional-funcionalismo. Y hasta el
abuso de las palabras minimal y minimalista, frívolamente aplicadas a la
arquitectura.
La gente
que aspire a cierto rigor (científico) debe ponerle coto a esto, y enseñar ¡o exigir!,
a que se hable con propiedad. “Graciasmuyamables”, que decía un tercero...
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