Interacciones entre Arte, Arquitectura y Ciencia
en la era biotecnológica
(Ed. AASD, Universitat de Barcelona, Barcelona, 2012)
en la era biotecnológica
(Ed. AASD, Universitat de Barcelona, Barcelona, 2012)
Alberto T. Estévez
Catedrático de arquitectura,
ESARQ (UIC)
Miembro del grupo de
investigación Arte, Arquitectura y Sociedad Digital
Director del grupo de
investigación Arquitecturas Genéticas
(grupo coordinado con el
anterior)
Sirva
de botón de muestra para hacerse una idea de la evolución del arte
contemporáneo, de la abstracción al bioarte actual, el paso simbólico y cargado
de ironía que se da desde el Cuadrado
blanco sobre blanco de Malevich (1918) al Cuadrado blando sobre blando de Estévez (2012), hecho a modo de
manifiesto explícito para definir el punto en el que nos encontramos hoy.
© Alberto T. Estévez, Cuadrado blando sobre blando (2012).
El
arte, la arquitectura, la ciencia, que parten de la biotecnología, que trabajan
con seres vivos, tienen un impacto social tal que hace que la cuestión sobre
sus implicaciones éticas se lleve a un primer plano. Más aún cuando en esta era
podemos actuar a un nivel intramolecular, a un nivel genético, sobre el cual se
han proyectado sombras y dudas desde las consabidas reticencias subjetivas ante
lo que es nuevo. Sin embargo, desde una realidad objetiva, no hay diferencia
ética entre una acción en la -digamos- “superficie de las cosas” y una acción
intramolecular. Hay diferencias sólo por ser niveles escalares distintos, pero
no hay solución de continuidad en la ética entre tales niveles. No hay en si
mismo diferencia ética si la herramienta del artista es una excavadora, como en
el land art, una pala, una cucharita,
o una pipeta como en el bioarte y el arte genético. Y donde se dice artista,
entiéndase también arquitecto, científico, ingeniero, cocinero incluso, o
cualquier otro actor humano.
Asumida
la configuración orgánica y fluida de la naturaleza, considerada desde el
exterior hacia el interior molecular de los objetos que llamamos “naturales”,
no hay tanta diferencia éticamente hablando entre la acción humana que produce
un bonsái japonés y la que produce un conejo fluorescente. ¿Sufre más o menos
uno u otro ser? Sin embargo, el bonsái está socialmente aceptado, e incluso es
admirado, a pesar de que se genera merced a un continuo proceso de repetidos
cortes de materia viva torturada. Mientras que un conejo fluorescente no es
menos feliz que uno blanco o negro.
En
nuestro quehacer como investigadores del grupo Arquitecturas Genéticas, y en
nuestro obrar como arquitectos creadores de proyectos y diseños de arquitectura
genética, siempre nos ha interesado tener bien resueltas las implicaciones
éticas, así como su rigor científico. De ahí que tengamos integrados en nuestro
equipo filósofos que tratan con temas de bioética, y que sean genetistas los
que trabajan para nosotros. De hecho, hacemos sutil y públicamente explícito el
trasfondo ético, la necesidad para la sostenibilidad planetaria que justifica
nuestra labor, al montar siempre en la portada de nuestras publicaciones por
separado las palabras gen-éticas y gen-etics.
Pues
bien, la acción humana sobre los seres vivos es ineludible, permanente,
necesaria, incluso podría decirse que con un efecto devastador, pero que en
buena parte debe quedar éticamente exculpada. De alguna manera, el ser humano
tiene, debe tener, “licencia para matar”.
Por ejemplo, el cuerpo humano tiene 1013 células propias y 1014
microorganismos, es decir, por cada célula humana tenemos 10 seres no humanos,
por lo que cada vez que nos duchamos, lavamos, limpiamos, caen incontables
seres vivos bajo nuestra acción, que es una acción aniquiladora consciente. Aún
así -por convenio cultural y social- no podemos dejar de asearnos, ni nos
permitimos tener bichos en casa. Y eso que cada uno de esos seres son en si
mismos maravillas biológicas irrepetibles por la mano humana.
Por
otro lado, en la secuencia de acciones de manipular, herir, matar a un ser
vivo, la de comerlo sería la más extrema, pues no es sólo matarlo, sino que es
hacerlo desaparecer del todo en nuestras propias células. Claro que está
avalado por una necesidad vital, ya que, por lo menos todavía, no podemos
alimentarnos de piedras. Pero aún y ser la acción más extrema, quien se
merienda a un pollo no es encarcelado. Es un acuerdo natural, tácito y
universal. De la misma manera que hay acuerdo natural, tácito y universal de
encarcelar a quien asesina y se cena a un ser humano. Es así que queda como el
único ser “protegido”. Si nos comemos una lechuga nadie nos mete en la cárcel.
Si nos comemos una persona, la acuchillamos, secuestramos, sí. El ser humano es
el único respetado en su integridad e independencia. Todos los demás no.
Incluso bajo la más extrema de las acciones, la de comer, permitiéndose
entonces automáticamente cualquier otra acción menos drástica que la de comer.
Está
claro que se habla aquí de manera genérica, sin contabilizar los casos de
“especies protegidas”, que introducen el factor de escasez, y por tanto añade
una apreciación que el ser humano quiere preservar, el de la biodiversidad.
Importancia que en realidad procede de su valor genético, para no perder ni una
de las agrupaciones de genes que “funcionan” autónomamente, que conllevan vida.
Igual que se da por sobreentendida también la excepción de causar daños a seres
vivos no humanos por el mero placer de disfrutar del daño causado, cuyo rechazo
social en realidad no hace más que reflejar la propia dignidad humana, pues es
esta la que se ve rebajada, ante la voluntad de hacer sufrir por sufrir a
cualquier animal.
Si
se deja una patata en el cajón de la cocina le empiezan a crecer tallos, hojas,
flores... ¿Qué es más -digamos- “fuerte”?, ¿cortar un trocito de patata?, ¿freírla,
quemarla viva en aceite?, ¿comerla y hacer desaparecer su identidad para
alimentar nuestras propias células? ¿Ese final para una patata es un honor?,
¿una resignación?, ¿o es simplemente el camino que la propia naturaleza nos
hace recorrer? Toda acción humana sobre cualquier ser de la naturaleza es
natural.
Claro
que el actuar en material genético sí tiene la responsabilidad ilustrada con el
efecto dominó que se da en el espacio y en el tiempo simbolizado por una
mariposa. En el espacio, por el así llamado “efecto mariposa”, cuando se dice
aquello de que el batir de la alas de una mariposa en China puede provocar una
tormenta en España. O en el tiempo, por
aquella mariposa prehistórica de la que Bradbury escribió dramáticamente
en A Sound of Thunder [1],
sobre como su muerte accidental por parte de un viajero del futuro, no previsto
en el devenir de la historia, provocó que millones de años después la vida
fuese ligeramente distinta de si no se hubiese dado tal muerte: cuando
se presentó públicamente lo aquí escrito, nadie se imaginaba que era la última
vez que se hablaba de Bradbury en un evento universitario, pues moriría apenas
25 días después.
Sin
embargo, justo por lo que ilustra tal novela de ciencia ficción, no sólo las
acciones sobre material genético, sino cualquiera de nuestras acciones,
comernos una patata de más o de menos, tienen sus correspondientes efectos
dominó al cabo de millones de años. Pero todos ellos quedan integrados en la
naturaleza.
Y
en otro orden de cosas, para seguir poniendo los distintos temas en su justo
lugar, cabe cuestionarse si ¿es arte el fruto de un injerto vegetal? Si ese
mismo injerto lo hubiese hecho Kac se presentaría a bombo y platillo como tal,
pero como lo hace el agricultor anónimo, y con una intención específica
distinta, nadie se pregunta sobre ello. A pesar de que el proceso y el
resultado fuesen idénticos. Si bien un injerto todavía no es una acción humana
intramolecular sino tan sólo una acción “de superficie”.
Entonces,
cuando Kac se presenta como una especie de dios creador, se extralimita en las
definiciones que los seres humanos convenimos. Y su transgresión lo único que
hace es levantar más resquemor entre la gente no especializada: flaco favor
para la ciencia, que explora el enorme potencial de la genética en la
resolución de los graves y urgentes problemas que la humanidad ha de resolver.
Exploración en la que se alinean los objetivos cruciales de genética aplicada a
la arquitectura que investiga el grupo “Arquitecturas Genéticas”, como son la
creación de seres vivos que incluyan características bioluminiscentes y
biocaloríficas útiles en el ámbito doméstico y urbano. O la síntesis de
ventajas que genéticamente preparadas puedan ser de provecho para una
construcción más limpia, eficiente y económica de hábitats.
Por
ejemplo, estas palabras de Kac, que gusta con frecuencia comentar en
público, hacen más mal que bien:
“dediqué
¡siete años! de trabajo a la petunia Edunia hasta que conseguí introducirle mi
ADN. (...) Le metí en sus venas mi
ADN y ahora está produciendo mis
proteínas humanas. El conejo fosforescente verde y la plantimal no son naturaleza... ¡Los cree yo! (...) Con Alba (2000) y la plantimal Edunia
(2003), además, relevo a Dios de su condición de mito creador y lo convierto en
obrero de laboratorio, un técnico de taller transgénico.
No parece usted muy humilde.
Yo
no imito la realidad: la creo.” [2]
No
hay nada más demoledor que alguien con “tirón mediático” hablando con poco
rigor, sembrando confusión terminológica e ideológica. Claro que cuando se es
tan exageradamente pretencioso es fácil no caer bien, no sólo como persona,
sino arrastrando tal desagrado también sobre el quehacer de él mismo. Lo cual
es una pena, por que pone bajo sospecha cualquier camino similar. Pues, en
relación a lo que declara:
-
No es verdad que se dedicó siete años de trabajo, sino que simplemente tardó
siete años en que se hiciera.
-
No es verdad que metiera su ADN en la planta mencionada, sino que hizo que se
metiera un “microladrillo” -por así decirlo- en un conjunto monumentalmente
grande de miles y miles y miles de “microladrillos”. Un infinitesimal que
matemáticamente hablando sería despreciable. “Microladrillo” que por otra parte
es idéntico a los que tenemos todos, nada específica ni únicamente “suyo”.
-
No es verdad que tal planta produzca “sus” proteínas humanas, sino que produce
unas proteínas humanas que son químicamente iguales, las mismas, a las de
cualquier humano.
-
No es verdad que por meterle a una planta un gen procedente de un animal, esta
se convierta en un “plantimal”. De la misma manera que por que un virus consiga
mutarnos el ADN de algunas de nuestras células produciéndonos un cáncer no nos
convertimos en un “humanirus”.
-
No es verdad que el conejo y la planta que se citan no sean naturaleza.
-
No es verdad que tal conejo y planta los crease él.
-
No es verdad que releve a Dios de su condición de mito creador y lo convierta
en obrero de laboratorio, en técnico de taller transgénico, pues hasta el más
novato estudiante de teología sabe que a Dios creador se le define como que
“crea de la nada”, simplemente por definición, por acuerdo humano en la
terminología o por fe: el ser divino crea desde la nada y el ser humano sólo
puede crear desde algo previo, desde lo preexistente. Y la “creación” -entre
comillas- de nuevos seres mediante la manipulación genética, en el fondo no es
más que una escueta tarea de “albañil”. Tan sólo se trata simple y llanamente de
recolocar “microladrillos”, un mero recolocar genes ya existentes, por tanto
nada que ver con una creación divina o algo que no sea natural, que no
pertenezca a la naturaleza, antes, durante y después de tal manipulación.
-
No es verdad que él cree la realidad, pues el gen que él hace que se integre en
un gigantesco edificio genético preexistente ya existía también antes. Así
pues, ni siquiera crea ni un solo gen, sino que simplemente lo cambia de lugar.
Realmente no es ningún creador, en todo caso es un simple archivero, que hace
sacar unas moléculas de un lado para que se pongan en otro. Cuando ni siquiera
él ha creado, ni descubierto, ni inventado, el proceso que esas moléculas
activan, sino que simplemente un científico ha identificado previamente el gen
responsable de la producción de esas proteínas requeridas, se ha aislado tal
gen, y se han recolocado en una planta. Algo muy prosaico y diferente de una
creación veraz de un ser vivo.
En
definitiva, por meterle un gen procedente de otro ser al conejo y a la planta
mencionados no dejan estos de ser naturales, no dejan de ser naturaleza.
“Recolocación” de genes que la industria farmacéutica y agroalimentaria hacen
de manera anónima mucho antes que Kac, con mayores complicaciones,
implicaciones y a gran escala. De la misma manera que nuestras propias
investigaciones en pos de una bioluminiscencia que sea eficiente para su uso
doméstico y urbano, nos lleva al lugar común en que la genética mete genes
animales en vegetales, sin que se vea que esto deba anunciarse como algo
extraordinario, sin tanta algarabía mediática.
8
grandes falsedades, publicadas a los 4 vientos, leídas por millares de
personas, en apenas media docena de frases: todo más cercano a la charlatanería
que a otra cosa, creación de cegadora confusión, falta total de ética... Por lo
menos, este caso ha permitido aquí explicaciones para que las cuestiones
relativas a este tema se entiendan bien y se pongan en su auténtico lugar,
aunque sólo vayan a leerlo unas decenas de personas.
De
hecho, cuando un ser humano se imagina una nueva criatura para una obra, para
un libro o película, siempre es fácil ver los rastros de su “inspiración”. Es
dudoso en cambio que si jamás hubiese visto nada parecido a -por ejemplo- un
pulpo o un percebe, se le ocurriese imaginarse uno.
Las limitaciones en la creación humana provienen de su imposibilidad de crear de la nada. El ser humano, ante el reto de crear una criatura nueva, necesariamente se basa en imágenes previas existentes. Esta es la realidad de las creaciones humanas versus las realidades naturales.
El ser humano ha ido descubriendo científicamente lo que hay detrás de la lluvia, de un arco iris o de un eclipse, por lo que los fenómenos naturales se han ido desacralizando. Y ahora sigue intentando resolver el misterio de la vida. Nadie sabe por qué cuando unas simples moléculas se ponen en un determinado orden y no en otro, se ponen a “funcionar”, les crecen patas, caminan, comen, se reproducen. Y cuanto más sabio y especializado es el genetista de turno, más contesta “no se sabe, no se sabe, no se sabe”, ante las preguntas que pueden hacérsele.
Sin
embargo, es este carácter emergente de la vida el que la humanidad ha de
aprovechar. De ahí nuestro interés en investigar como la genética puede
aplicarse a la arquitectura. Pues se trata de tomar ventaja desde las
características de autoorganización, crecimiento y reproductibilidad que tiene
la naturaleza. Así que en estas estamos, detrás de plantas que den luz, calor,
que sean útiles para el ahorro energético que necesita nuestro mundo, que sean
de provecho como materiales de construcción y hasta de hábitats enteros. Por
tanto, podemos imaginarnos como realidad no tan lejana farolas, calefactores y
casas enteras creciendo solas.
Y
en la línea de tal investigación, por tener como objetivo principal la
aplicación de la genética, se puede pasar a su vez por el interés que tiene
también para la arquitectura investigar en torno al estrato en el cual las
masas celulares indeterminadas emergen y se auto-organizan como primer escalón
estructural. Para ello se utiliza el microscopio electrónico de barrido, que
por su gran poder de resolución permite conseguir perspectivas de miles de
aumentos. Esto abre una dimensión aún poco conocida de la realidad, que según
la lectura e interpretación que se haga de las imágenes lleva a una fascinante
surrealidad. Es en este marco en que, fruto de la investigación, se han podido
crear imágenes inéditas, extrañas y sorprendentes que se reunieron en un par de
exposiciones y en un libro [3]: una selección de fotografías “alteradas” sobre
estructuras naturales en su nivel más genesíaco y primigenio. Obras artísticas y de proyectos arquitectónicos que parten del trabajo
con la biotecnología y que despliegan un enigmático poder evocador.
© Alberto T. Estévez, Naturaleza viva malva, 2009-10. Imagen creada desde una foto tomada con microscopio electrónico de barrido FEI Quanta 200 (SCT-UB).
Parte
de ese poder es que disfrutan de la “belleza objetiva” a la que se refería
Gaudí, que es propia de la naturaleza. Ciertamente, desde Alberti hasta Le
Corbusier, el artista y el arquitecto han abierto un camino de búsqueda del
mito de las proporciones objetivas que han de regir los trazados reguladores
del arte y de la arquitectura. Contrapuesto a quien tiene “el compás en los
ojos”, a quien por don natural no necesita de comprobaciones matemáticas para
alinearse igualmente con la concinnitas
albertiana, como son los talentos privilegiados que van desde Miguel Ángel
hasta Gaudí. Aunque este crease el primer ordenador, aplicado a la
arquitectura, que “ordenaba” objetiva y automáticamente las formas
arquitectónicas, a medida que se iban definiendo los pesos que las estructuras
deberían soportar, colgados de cordeles dejados libres en el espacio bajo la
fuerza de la gravedad.
Lo
que no sabían ni Alberti, ni Le Corbusier, ni Miguel Ángel, ni Gaudí, es que
esa “belleza objetiva” percibida al ver cierto resonar armónico de cada
fragmento con su conjunto, en la naturaleza se debe a que el mismo ADN, las
mismas leyes morfológicas, están contenidas en cada una de las células, sean
estas uña, diente o mejilla, pétalo, hoja o tallo. Claro que condiciones
atmosféricas distintas, enfermedades físicas y mentales, la alimentación y un
sinfín de casualidades e interacciones externas pueden ir introduciendo “fealdad”
en tal “belleza objetiva”, que podría suponerse óptima en su punto de partida
genesíaco y primigenio. De ahí que cuanto menos “maleado” por el tiempo esté un
ser, un bebé, un cachorro, más concinnitas,
más “gracia” le encontramos, con más pureza o con menos velos acumulados a lo
largo del tiempo se manifiesta a nuestros ojos su ADN.
Entonces,
el arte y la arquitectura que pueden crearse igualmente informados por un mismo
“ADN”, por unas mismas leyes morfológicas rigiendo cada uno de sus fragmentos,
integrados a su vez armónicamente con el todo, gozarían de esa misma “belleza
objetiva” de la naturaleza. Y eso puede garantizarse fácilmente cuando tal
“ADN” es digital, cuando cada línea queda dibujada por las mismas ecuaciones
matemáticas que configuran el software
gráfico que sea. Así es como “el compás en los ojos” se democratiza:
investigación biodigital que el grupo Arquitecturas Genéticas lleva también a
cabo, en pos del disfrute común de la belleza.
Ese
es el proceso, ilustrado por ejemplo en la “instalación-pabellón” de Biodigital Architecture para eme3, en el
empeño por explicar la obsolescencia de las viejas técnicas del pasado, en pos
de actuar aplicando el manifiesto biodigital “Ni modelos, ni moldes”: el empeño
para producir directamente arquitectura real a escala 1:1 mediante tecnología
CAD-CAM. Para ello se ha partido de estudios de estructuras de radiolarias y
polen aplicados al desarrollo digital de arquitectura, realizados con un
microscopio electrónico de barrido.
Siguiendo así la idea de bio-learning, cuyas principales ventajas tienen
que ver con la eficiencia estructural, formal y procesual que se obtiene de
tales aprendizajes de la naturaleza.
Izquierda: © Alberto T. Estévez, foto de polen tomada con microscopio electrónico de barrido FEI Quanta 200 (SCT-UB). Derecha: © Alberto T. Estévez, Genetic Architectures Office, Instalación eme3, 2010, diseñado y producido digitalmente.
“Sí, la investigación de arquitectura biodigital, la investigación sobre la aplicación a la arquitectura de las más avanzadas técnicas biológicas y digitales, con las ventajas que aporta la inclusión de la genética (ventajas de eficiencia, de economía, de uso de renovables, de autoreplicación, etc.), es hoy en día crucial, relevante y hasta urgente, antes de que sea demasiado tarde para un planeta en el límite de su sostenibilidad.” [4]
Notas:
[1] BRADBURY, Ray. “A Sound of Thunder”. En BRADBURY,
Ray. The Golden Apples of the Sun.
Nueva York: Doubleday & Company, 1953.
[2] AMIGUET, Lluís - KAC, Eduardo.
“Eduardo Kac, creador del conejo fosforescente”. La Vanguardia. Barcelona, 4 de febrero 2012, p. 64 (cp).
[3] ESTÉVEZ, Alberto T. “Naturalezas Vivas”, paisajes y otras
carnosidades. Barcelona: ESARQ (UIC), 2010. Este libro se editó también con
la vocación de ser el catálogo de las exposiciones que, con el mismo nombre, tuvieron lugar en el Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC), Barcelona,
17.11-11.12.2010, y en el Museo Marítimo Ría de Bilbao, Bilbao, 16.06-11.09.2011.
http://www.bubok.es/libros/201357/Naturalezas-Vivas--Still-Alive
http://www.bubok.es/libros/201357/Naturalezas-Vivas--Still-Alive
[4] ESTÉVEZ, Alberto T. “Intro
investigación biodigital”. En ESTÉVEZ, Alberto T. (ed.). International Conference of Biodigital
Architecture & Genetics. Barcelona: ESARQ (UIC), 2011, p. 19.
http://www.bubok.es/libros/209894/International-Conference-Of-Biodigital-Architecture-amp-Genetics
http://www.bubok.es/libros/209894/International-Conference-Of-Biodigital-Architecture-amp-Genetics
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