jueves, 2 de enero de 2014

- Art, Architecture & Science


Interacciones entre Arte, Arquitectura y Ciencia
en la era biotecnológica
(Ed. AASD, Universitat de Barcelona, Barcelona, 2012)
Alberto T. Estévez
Catedrático de arquitectura, ESARQ (UIC)
Miembro del grupo de investigación Arte, Arquitectura y Sociedad Digital
Director del grupo de investigación Arquitecturas Genéticas
(grupo coordinado con el anterior)

Sirva de botón de muestra para hacerse una idea de la evolución del arte contemporáneo, de la abstracción al bioarte actual, el paso simbólico y cargado de ironía que se da desde el Cuadrado blanco sobre blanco de Malevich (1918) al Cuadrado blando sobre blando de Estévez (2012), hecho a modo de manifiesto explícito para definir el punto en el que nos encontramos hoy.




© Alberto T. Estévez, Cuadrado blando sobre blando (2012).

El arte, la arquitectura, la ciencia, que parten de la biotecnología, que trabajan con seres vivos, tienen un impacto social tal que hace que la cuestión sobre sus implicaciones éticas se lleve a un primer plano. Más aún cuando en esta era podemos actuar a un nivel intramolecular, a un nivel genético, sobre el cual se han proyectado sombras y dudas desde las consabidas reticencias subjetivas ante lo que es nuevo. Sin embargo, desde una realidad objetiva, no hay diferencia ética entre una acción en la -digamos- “superficie de las cosas” y una acción intramolecular. Hay diferencias sólo por ser niveles escalares distintos, pero no hay solución de continuidad en la ética entre tales niveles. No hay en si mismo diferencia ética si la herramienta del artista es una excavadora, como en el land art, una pala, una cucharita, o una pipeta como en el bioarte y el arte genético. Y donde se dice artista, entiéndase también arquitecto, científico, ingeniero, cocinero incluso, o cualquier otro actor humano.

Asumida la configuración orgánica y fluida de la naturaleza, considerada desde el exterior hacia el interior molecular de los objetos que llamamos “naturales”, no hay tanta diferencia éticamente hablando entre la acción humana que produce un bonsái japonés y la que produce un conejo fluorescente. ¿Sufre más o menos uno u otro ser? Sin embargo, el bonsái está socialmente aceptado, e incluso es admirado, a pesar de que se genera merced a un continuo proceso de repetidos cortes de materia viva torturada. Mientras que un conejo fluorescente no es menos feliz que uno blanco o negro.

En nuestro quehacer como investigadores del grupo Arquitecturas Genéticas, y en nuestro obrar como arquitectos creadores de proyectos y diseños de arquitectura genética, siempre nos ha interesado tener bien resueltas las implicaciones éticas, así como su rigor científico. De ahí que tengamos integrados en nuestro equipo filósofos que tratan con temas de bioética, y que sean genetistas los que trabajan para nosotros. De hecho, hacemos sutil y públicamente explícito el trasfondo ético, la necesidad para la sostenibilidad planetaria que justifica nuestra labor, al montar siempre en la portada de nuestras publicaciones por separado las palabras gen-éticas y gen-etics.

Pues bien, la acción humana sobre los seres vivos es ineludible, permanente, necesaria, incluso podría decirse que con un efecto devastador, pero que en buena parte debe quedar éticamente exculpada. De alguna manera, el ser humano tiene, debe tener, “licencia para matar”. Por ejemplo, el cuerpo humano tiene 1013 células propias y 1014 microorganismos, es decir, por cada célula humana tenemos 10 seres no humanos, por lo que cada vez que nos duchamos, lavamos, limpiamos, caen incontables seres vivos bajo nuestra acción, que es una acción aniquiladora consciente. Aún así -por convenio cultural y social- no podemos dejar de asearnos, ni nos permitimos tener bichos en casa. Y eso que cada uno de esos seres son en si mismos maravillas biológicas irrepetibles por la mano humana.

Por otro lado, en la secuencia de acciones de manipular, herir, matar a un ser vivo, la de comerlo sería la más extrema, pues no es sólo matarlo, sino que es hacerlo desaparecer del todo en nuestras propias células. Claro que está avalado por una necesidad vital, ya que, por lo menos todavía, no podemos alimentarnos de piedras. Pero aún y ser la acción más extrema, quien se merienda a un pollo no es encarcelado. Es un acuerdo natural, tácito y universal. De la misma manera que hay acuerdo natural, tácito y universal de encarcelar a quien asesina y se cena a un ser humano. Es así que queda como el único ser “protegido”. Si nos comemos una lechuga nadie nos mete en la cárcel. Si nos comemos una persona, la acuchillamos, secuestramos, sí. El ser humano es el único respetado en su integridad e independencia. Todos los demás no. Incluso bajo la más extrema de las acciones, la de comer, permitiéndose entonces automáticamente cualquier otra acción menos drástica que la de comer.

Está claro que se habla aquí de manera genérica, sin contabilizar los casos de “especies protegidas”, que introducen el factor de escasez, y por tanto añade una apreciación que el ser humano quiere preservar, el de la biodiversidad. Importancia que en realidad procede de su valor genético, para no perder ni una de las agrupaciones de genes que “funcionan” autónomamente, que conllevan vida. Igual que se da por sobreentendida también la excepción de causar daños a seres vivos no humanos por el mero placer de disfrutar del daño causado, cuyo rechazo social en realidad no hace más que reflejar la propia dignidad humana, pues es esta la que se ve rebajada, ante la voluntad de hacer sufrir por sufrir a cualquier animal.

Si se deja una patata en el cajón de la cocina le empiezan a crecer tallos, hojas, flores... ¿Qué es más -digamos- “fuerte”?, ¿cortar un trocito de patata?, ¿freírla, quemarla viva en aceite?, ¿comerla y hacer desaparecer su identidad para alimentar nuestras propias células? ¿Ese final para una patata es un honor?, ¿una resignación?, ¿o es simplemente el camino que la propia naturaleza nos hace recorrer? Toda acción humana sobre cualquier ser de la naturaleza es natural.

Claro que el actuar en material genético sí tiene la responsabilidad ilustrada con el efecto dominó que se da en el espacio y en el tiempo simbolizado por una mariposa. En el espacio, por el así llamado “efecto mariposa”, cuando se dice aquello de que el batir de la alas de una mariposa en China puede provocar una tormenta en España. O en el tiempo, por aquella mariposa prehistórica de la que Bradbury escribió dramáticamente en A Sound of Thunder [1], sobre como su muerte accidental por parte de un viajero del futuro, no previsto en el devenir de la historia, provocó que millones de años después la vida fuese ligeramente distinta de si no se hubiese dado tal muerte: cuando se presentó públicamente lo aquí escrito, nadie se imaginaba que era la última vez que se hablaba de Bradbury en un evento universitario, pues moriría apenas 25 días después.

Sin embargo, justo por lo que ilustra tal novela de ciencia ficción, no sólo las acciones sobre material genético, sino cualquiera de nuestras acciones, comernos una patata de más o de menos, tienen sus correspondientes efectos dominó al cabo de millones de años. Pero todos ellos quedan integrados en la naturaleza.

Y en otro orden de cosas, para seguir poniendo los distintos temas en su justo lugar, cabe cuestionarse si ¿es arte el fruto de un injerto vegetal? Si ese mismo injerto lo hubiese hecho Kac se presentaría a bombo y platillo como tal, pero como lo hace el agricultor anónimo, y con una intención específica distinta, nadie se pregunta sobre ello. A pesar de que el proceso y el resultado fuesen idénticos. Si bien un injerto todavía no es una acción humana intramolecular sino tan sólo una acción “de superficie”.

Entonces, cuando Kac se presenta como una especie de dios creador, se extralimita en las definiciones que los seres humanos convenimos. Y su transgresión lo único que hace es levantar más resquemor entre la gente no especializada: flaco favor para la ciencia, que explora el enorme potencial de la genética en la resolución de los graves y urgentes problemas que la humanidad ha de resolver. Exploración en la que se alinean los objetivos cruciales de genética aplicada a la arquitectura que investiga el grupo “Arquitecturas Genéticas”, como son la creación de seres vivos que incluyan características bioluminiscentes y biocaloríficas útiles en el ámbito doméstico y urbano. O la síntesis de ventajas que genéticamente preparadas puedan ser de provecho para una construcción más limpia, eficiente y económica de hábitats.

Por ejemplo, estas palabras de Kac, que gusta con frecuencia comentar en público, hacen más mal que bien:

“dediqué ¡siete años! de trabajo a la petunia Edunia hasta que conseguí introducirle mi ADN. (...) Le metí en sus venas mi ADN y ahora está produciendo mis proteínas humanas. El conejo fosforescente verde y la plantimal no son naturaleza... ¡Los cree yo! (...) Con Alba (2000) y la plantimal Edunia (2003), además, relevo a Dios de su condición de mito creador y lo convierto en obrero de laboratorio, un técnico de taller transgénico.

   No parece usted muy humilde.

Yo no imito la realidad: la creo.” [2]

No hay nada más demoledor que alguien con “tirón mediático” hablando con poco rigor, sembrando confusión terminológica e ideológica. Claro que cuando se es tan exageradamente pretencioso es fácil no caer bien, no sólo como persona, sino arrastrando tal desagrado también sobre el quehacer de él mismo. Lo cual es una pena, por que pone bajo sospecha cualquier camino similar. Pues, en relación a lo que declara:

- No es verdad que se dedicó siete años de trabajo, sino que simplemente tardó siete años en que se hiciera.

- No es verdad que metiera su ADN en la planta mencionada, sino que hizo que se metiera un “microladrillo” -por así decirlo- en un conjunto monumentalmente grande de miles y miles y miles de “microladrillos”. Un infinitesimal que matemáticamente hablando sería despreciable. “Microladrillo” que por otra parte es idéntico a los que tenemos todos, nada específica ni únicamente “suyo”.

- No es verdad que tal planta produzca “sus” proteínas humanas, sino que produce unas proteínas humanas que son químicamente iguales, las mismas, a las de cualquier humano.

- No es verdad que por meterle a una planta un gen procedente de un animal, esta se convierta en un “plantimal”. De la misma manera que por que un virus consiga mutarnos el ADN de algunas de nuestras células produciéndonos un cáncer no nos convertimos en un “humanirus”.

- No es verdad que el conejo y la planta que se citan no sean naturaleza.

- No es verdad que tal conejo y planta los crease él.

- No es verdad que releve a Dios de su condición de mito creador y lo convierta en obrero de laboratorio, en técnico de taller transgénico, pues hasta el más novato estudiante de teología sabe que a Dios creador se le define como que “crea de la nada”, simplemente por definición, por acuerdo humano en la terminología o por fe: el ser divino crea desde la nada y el ser humano sólo puede crear desde algo previo, desde lo preexistente. Y la “creación” -entre comillas- de nuevos seres mediante la manipulación genética, en el fondo no es más que una escueta tarea de “albañil”. Tan sólo se trata simple y llanamente de recolocar “microladrillos”, un mero recolocar genes ya existentes, por tanto nada que ver con una creación divina o algo que no sea natural, que no pertenezca a la naturaleza, antes, durante y después de tal manipulación.

- No es verdad que él cree la realidad, pues el gen que él hace que se integre en un gigantesco edificio genético preexistente ya existía también antes. Así pues, ni siquiera crea ni un solo gen, sino que simplemente lo cambia de lugar. Realmente no es ningún creador, en todo caso es un simple archivero, que hace sacar unas moléculas de un lado para que se pongan en otro. Cuando ni siquiera él ha creado, ni descubierto, ni inventado, el proceso que esas moléculas activan, sino que simplemente un científico ha identificado previamente el gen responsable de la producción de esas proteínas requeridas, se ha aislado tal gen, y se han recolocado en una planta. Algo muy prosaico y diferente de una creación veraz de un ser vivo.

En definitiva, por meterle un gen procedente de otro ser al conejo y a la planta mencionados no dejan estos de ser naturales, no dejan de ser naturaleza. “Recolocación” de genes que la industria farmacéutica y agroalimentaria hacen de manera anónima mucho antes que Kac, con mayores complicaciones, implicaciones y a gran escala. De la misma manera que nuestras propias investigaciones en pos de una bioluminiscencia que sea eficiente para su uso doméstico y urbano, nos lleva al lugar común en que la genética mete genes animales en vegetales, sin que se vea que esto deba anunciarse como algo extraordinario, sin tanta algarabía mediática.

8 grandes falsedades, publicadas a los 4 vientos, leídas por millares de personas, en apenas media docena de frases: todo más cercano a la charlatanería que a otra cosa, creación de cegadora confusión, falta total de ética... Por lo menos, este caso ha permitido aquí explicaciones para que las cuestiones relativas a este tema se entiendan bien y se pongan en su auténtico lugar, aunque sólo vayan a leerlo unas decenas de personas.

De hecho, cuando un ser humano se imagina una nueva criatura para una obra, para un libro o película, siempre es fácil ver los rastros de su “inspiración”. Es dudoso en cambio que si jamás hubiese visto nada parecido a -por ejemplo- un pulpo o un percebe, se le ocurriese imaginarse uno.


Las limitaciones en la creación humana provienen de su imposibilidad de crear de la nada. El ser humano, ante el reto de crear una criatura nueva, necesariamente se basa en imágenes previas existentes. Esta es la realidad de las creaciones humanas versus las realidades naturales.

El ser humano ha ido descubriendo científicamente lo que hay detrás de la lluvia, de un arco iris o de un eclipse, por lo que los fenómenos naturales se han ido desacralizando. Y ahora sigue intentando resolver el misterio de la vida. Nadie sabe por qué cuando unas simples moléculas se ponen en un determinado orden y no en otro, se ponen a “funcionar”, les crecen patas, caminan, comen, se reproducen. Y cuanto más sabio y especializado es el genetista de turno, más contesta “no se sabe, no se sabe, no se sabe”, ante las preguntas que pueden hacérsele.

Sin embargo, es este carácter emergente de la vida el que la humanidad ha de aprovechar. De ahí nuestro interés en investigar como la genética puede aplicarse a la arquitectura. Pues se trata de tomar ventaja desde las características de autoorganización, crecimiento y reproductibilidad que tiene la naturaleza. Así que en estas estamos, detrás de plantas que den luz, calor, que sean útiles para el ahorro energético que necesita nuestro mundo, que sean de provecho como materiales de construcción y hasta de hábitats enteros. Por tanto, podemos imaginarnos como realidad no tan lejana farolas, calefactores y casas enteras creciendo solas.

Y en la línea de tal investigación, por tener como objetivo principal la aplicación de la genética, se puede pasar a su vez por el interés que tiene también para la arquitectura investigar en torno al estrato en el cual las masas celulares indeterminadas emergen y se auto-organizan como primer escalón estructural. Para ello se utiliza el microscopio electrónico de barrido, que por su gran poder de resolución permite conseguir perspectivas de miles de aumentos. Esto abre una dimensión aún poco conocida de la realidad, que según la lectura e interpretación que se haga de las imágenes lleva a una fascinante surrealidad. Es en este marco en que, fruto de la investigación, se han podido crear imágenes inéditas, extrañas y sorprendentes que se reunieron en un par de exposiciones y en un libro [3]: una selección de fotografías “alteradas” sobre estructuras naturales en su nivel más genesíaco y primigenio. Obras artísticas y de proyectos arquitectónicos que parten del trabajo con la biotecnología y que despliegan un enigmático poder evocador.


© Alberto T. Estévez, Naturaleza viva malva, 2009-10. Imagen creada desde una foto tomada con microscopio electrónico de barrido FEI Quanta 200 (SCT-UB).

Parte de ese poder es que disfrutan de la “belleza objetiva” a la que se refería Gaudí, que es propia de la naturaleza. Ciertamente, desde Alberti hasta Le Corbusier, el artista y el arquitecto han abierto un camino de búsqueda del mito de las proporciones objetivas que han de regir los trazados reguladores del arte y de la arquitectura. Contrapuesto a quien tiene “el compás en los ojos”, a quien por don natural no necesita de comprobaciones matemáticas para alinearse igualmente con la concinnitas albertiana, como son los talentos privilegiados que van desde Miguel Ángel hasta Gaudí. Aunque este crease el primer ordenador, aplicado a la arquitectura, que “ordenaba” objetiva y automáticamente las formas arquitectónicas, a medida que se iban definiendo los pesos que las estructuras deberían soportar, colgados de cordeles dejados libres en el espacio bajo la fuerza de la gravedad.

Lo que no sabían ni Alberti, ni Le Corbusier, ni Miguel Ángel, ni Gaudí, es que esa “belleza objetiva” percibida al ver cierto resonar armónico de cada fragmento con su conjunto, en la naturaleza se debe a que el mismo ADN, las mismas leyes morfológicas, están contenidas en cada una de las células, sean estas uña, diente o mejilla, pétalo, hoja o tallo. Claro que condiciones atmosféricas distintas, enfermedades físicas y mentales, la alimentación y un sinfín de casualidades e interacciones externas pueden ir introduciendo “fealdad” en tal “belleza objetiva”, que podría suponerse óptima en su punto de partida genesíaco y primigenio. De ahí que cuanto menos “maleado” por el tiempo esté un ser, un bebé, un cachorro, más concinnitas, más “gracia” le encontramos, con más pureza o con menos velos acumulados a lo largo del tiempo se manifiesta a nuestros ojos su ADN.

Entonces, el arte y la arquitectura que pueden crearse igualmente informados por un mismo “ADN”, por unas mismas leyes morfológicas rigiendo cada uno de sus fragmentos, integrados a su vez armónicamente con el todo, gozarían de esa misma “belleza objetiva” de la naturaleza. Y eso puede garantizarse fácilmente cuando tal “ADN” es digital, cuando cada línea queda dibujada por las mismas ecuaciones matemáticas que configuran el software gráfico que sea. Así es como “el compás en los ojos” se democratiza: investigación biodigital que el grupo Arquitecturas Genéticas lleva también a cabo, en pos del disfrute común de la belleza.

Ese es el proceso, ilustrado por ejemplo en la “instalación-pabellón” de Biodigital Architecture para eme3, en el empeño por explicar la obsolescencia de las viejas técnicas del pasado, en pos de actuar aplicando el manifiesto biodigital “Ni modelos, ni moldes”: el empeño para producir directamente arquitectura real a escala 1:1 mediante tecnología CAD-CAM. Para ello se ha partido de estudios de estructuras de radiolarias y polen aplicados al desarrollo digital de arquitectura, realizados con un microscopio electrónico de barrido. Siguiendo así la idea de bio-learning, cuyas principales ventajas tienen que ver con la eficiencia estructural, formal y procesual que se obtiene de tales aprendizajes de la naturaleza.


Izquierda: © Alberto T. Estévez, foto de polen tomada con microscopio electrónico de barrido FEI Quanta 200 (SCT-UB). Derecha: © Alberto T. Estévez, Genetic Architectures Office, Instalación eme3, 2010, diseñado y producido digitalmente.

“Sí, la investigación de arquitectura biodigital, la investigación sobre la aplicación a la arquitectura de las más avanzadas técnicas biológicas y digitales, con las ventajas que aporta la inclusión de la genética (ventajas de eficiencia, de economía, de uso de renovables, de autoreplicación, etc.), es hoy en día crucial, relevante y hasta urgente, antes de que sea demasiado tarde para un planeta en el límite de su sostenibilidad.” [4]

Notas:

[1] BRADBURY, Ray. “A Sound of Thunder”. En BRADBURY, Ray. The Golden Apples of the Sun. Nueva York: Doubleday & Company, 1953.

[2] AMIGUET, Lluís - KAC, Eduardo. “Eduardo Kac, creador del conejo fosforescente”. La VanguardiaBarcelona, 4 de febrero 2012, p. 64 (cp).

[3] ESTÉVEZ, Alberto T. “Naturalezas Vivas”, paisajes y otras carnosidades. Barcelona: ESARQ (UIC), 2010. Este libro se editó también con la vocación de ser el catálogo de las exposiciones que, con el mismo nombre, tuvieron lugar en el Colegio de Arquitectos de Cataluña (COAC), Barcelona, 17.11-11.12.2010, y en el Museo Marítimo Ría de Bilbao, Bilbao, 16.06-11.09.2011.
http://www.bubok.es/libros/201357/Naturalezas-Vivas--Still-Alive

[4] ESTÉVEZ, Alberto T. “Intro investigación biodigital”. En ESTÉVEZ, Alberto T. (ed.). International Conference of Biodigital Architecture & Genetics. Barcelona: ESARQ (UIC), 2011, p. 19.
http://www.bubok.es/libros/209894/International-Conference-Of-Biodigital-Architecture-amp-Genetics

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