APRENDIENDO DE LA NATURALEZA:
arquitectura y diseño en la primera era biodigital
Texto publicado en Alberto T. Estévez, “Aprendiendo de la naturaleza”, en ESTÉVEZ, Alberto T. (ed.), 2nd International Conference of Biodigital Architecture & Genetics, ESARQ (UIC), Barcelona, 2014, pp. 8-23.
(En la correspondiente web, www.albertoestevez.com, se puede seguir el estado de la cuestión, desde los proyectos, investigaciones y escritos ahí recogidos, en los distintos apartados de la misma).
arquitectura y diseño en la primera era biodigital
Texto publicado en Alberto T. Estévez, “Aprendiendo de la naturaleza”, en ESTÉVEZ, Alberto T. (ed.), 2nd International Conference of Biodigital Architecture & Genetics, ESARQ (UIC), Barcelona, 2014, pp. 8-23.
(En la correspondiente web, www.albertoestevez.com, se puede seguir el estado de la cuestión, desde los proyectos, investigaciones y escritos ahí recogidos, en los distintos apartados de la misma).
Aprendiendo de la naturaleza
Está claro que decir “Aprendiendo de la naturaleza” quiere referirse
simbólicamente a “Aprendiendo de todas las cosas” (título de la edición
española que con Robert Venturi se acordó para “Learning from Las Vegas”).
Si bien puede matizarse la preposición, pues aprender “de” la naturaleza a la
vez es también aprender “con” y “en” la naturaleza. E incluso sin preposición
alguna, “aprender la naturaleza” misma. Cada cual con sus matices
significativos, que no deben ser excluyentes, sino enriquecedores al tomarlos
como conjunto interactivo entre si. En la misma línea de lo que se publicó en
su momento sobre la arquitectura genética, sobre que ya no se trata hoy en
día de construir “en” la naturaleza, sino que se debe construir “con” la
naturaleza, y hasta construir la naturaleza misma, igualmente sin preposición
alguna.
Pues bien, en el título, se alude así también a que, hace ya más de medio
siglo, tras la reivindicación de los valores que tiene la cultura popular (en la
que a su vez participó el mencionado libro), ahora estamos -asumida la
anterior- en otra fase, en otra era, con otras necesidades planetarias
urgentes, y otros conocimientos y posibilidades tecnológicas. Por lo que sigue
siendo actual aquel lema secesionista que se escribió en letras de oro: “a
cada tiempo su arte”. Si bien siempre hay despistados que por su (¿aún?)
limitada cultura se imaginan en la vanguardia, con tópicos o revivals -en
realidad- de otros tiempos, que siempre los habrá, sin negar la dicha que
estos igualmente procuran.
Sí, las modas, los gustos, las tendencias, vienen y van con el tiempo. Unas
más efímeras que otras, pero siempre con la seguridad de que tarde o
temprano unas dejarán paso a otras. Cuando paradójicamente llegan
denunciando a las establecidas. Aunque sólo sea por que el ser humano
necesita sentirse constantemente atraído por algo. A la vez que necesita
sentirse atractor, sintiéndose más vivo con ello. Le interesa algo nuevo, lo
usa, lo consume, y sigue buscando. Mientras que simultáneamente, él
mismo, necesariamente con algo nuevo para otros, le satisface ver que es
sujeto de atracción de otros en sus propias búsquedas. Un maravilloso
comercio humano subliminal, que nos convierte en la más extraordinaria
comunidad en pos de la felicidad personal y colectiva. A pesar de todas sus
miserias -reconocidas por que al fin y al cabo hilamos cada vez con mayor
sutileza- ser persona humana es lo más valioso de este universo.
De ahí la vigencia de las palabras que corren por Internet atribuidas a Nelson
Mandela -aunque al parecer no las dijo- en el discurso como Presidente de
Sudáfrica que pronunció en 1994, citando el libro A Return to Love (1992) de
Marianne Williamson:
“Nuestro miedo más profundo no es ser incapaces.
Nuestro miedo más profundo es ser poderosos sin límite.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad lo que más nos asusta.
Nos preguntamos a nosotros mismos, ¿quién soy yo para ser brillante, valioso, talentoso, magnífico?
En realidad, ¿quién eres tú para no serlo?
Tú eres un hijo del universo [en el libro original aparece ‘un hijo de Dios’].
Tu juego a ser pequeño no sirve al mundo.
No hay nada iluminador en encogerte para que otras personas cerca de ti no se sientan inseguras.
[‘Todos estamos destinados a brillar, como hacen los niños’]. Nacimos para hacer que se manifestase la gloria del universo [‘de Dios’, pone en el libro] que está dentro de nosotros; no dentro de sólo algunos, sino dentro de cada uno. Y mientras dejamos que nuestra propia luz brille, inconscientemente damos permiso a otras personas para hacer lo mismo. Y al liberarnos de nuestro propio miedo, nuestra presencia automáticamente libera a otros.”
Con el sano orgullo que nos desvelan estas palabras, conocernos a nosotros
mismos, reconocer lo que realmente somos, es el primer paso de ese
“aprender de la naturaleza”, pues somos naturaleza. Y sin duda tenemos ese
deber requerido en las frases anteriores, ese compromiso de conmover el
corazón sensible de la gente, con nuestro trabajo, dedicación, inteligencia.
Tarea que resuena también en esta otra frase de Le Corbusier: “Gaudí era un
gran artista; sólo aquellos que conmueven el corazón sensible de los
hombres quedan y quedarán.” Y, como -según decía también Le Corbusier-
“la arquitectura es el punto de partida del que quiera llevar a la humanidad
hacia un porvenir mejor”, pues, ahora ¡más que nunca!, se necesitan
arquitectos...
Claro que nosotros, aquí en Barcelona, partimos con ventaja, pues -como a
su vez decía Antoni Gaudí- “los habitantes de los países que baña el
Mediterráneo sentimos la Belleza con más intensidad”. Así que -sea dicho
con simpatía- pocos sitios hay mejores que este para estudiar arquitectura.
Volviendo a aquello de las modas, los gustos, las tendencias, que vienen y
van, de hecho, nada más haberse pronunciado sus respectivas definiciones
empieza su obsolescencia. En el mismo momento en que una de ellas se
alza declarando obsoletas las demás, firma su sentencia de muerte. En
cambio, se corrobora que la naturaleza deviene espejo eterno para la estética
humana, también para sus aspiraciones. La naturaleza nunca queda
obsoleta, nunca cansa, edad tras edad, generación tras generación. Siempre
ha estado, está y estará ahí, cual perenne libro abierto, libro único e
indivisible. La naturaleza es recurso inagotable de inspiración, imitación y/o
aprendizaje. Por tanto, la arquitectura biodigital y genética, definida como
directamente implicada en su incardinación “con” y “en” la naturaleza, tiene
así garantía de “perdurabilidad”. Hasta podría decirse que tiene garantía de
“clasicidad”, a la vez que de adecuación a los tiempos. Más cuando las nuevas técnicas abren nuevos campos aún vírgenes. Estamos en un gran
momento, épico, heroico. Una época de oportunidades, donde los valientes y
audaces se lanzarán hacia lo inexplorado y se convertirán en los pioneros de
la era biodigital y genética.
Izqda. Presente: arquitectura biodigital. Alberto T. Estévez, Genetic Architectures Office,
Edificio de alquiler automático de coches, Barcelona, 2012.
Edificio de alquiler automático de coches, Barcelona, 2012.
Drcha. Futuro: arquitectura genética.
Alberto T. Estévez, Isla construida,
Garraf, 2009-2010.
Así, cuanto más cerca de la naturaleza estén los procesos de creación
arquitectónica, menos obsoleto, más “eterno”, será su resultado. Por
escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a él con coherencia. Si, al
fin y al cabo, a su vez, la naturaleza y el universo entero están escritos en
lenguaje matemático, como intuyó Galileo Galilei. Lenguajes siempre
vigentes, que rebajan la arbitrariedad de nuestras decisiones al armonizarlas.
La ciencia misma, “la filosofía -decía- está escrita en este grandísimo libro
(que yo llamo universo), abierto permanentemente ante nuestros ojos, pero
no se puede entender si primero no se aprende a entender el lenguaje, y a
conocer los caracteres con que está escrito. Y está escrito en lenguaje
matemático". Y este nos ofrece control, eficacia y un armonioso rigor que
permite excluir al máximo la arbitrariedad.
Sí, a pesar de que las noticias fatalistas -no sin razón- nos tengan una y otra
vez el corazón en vilo, estos últimos tiempos son los mejores, cuando -como
nunca, aunque no lo parezca- ha crecido el respeto por todas las criaturas y
por el entorno en el que vivimos. Ha crecido la necesidad de entender que
somos “custodios” de la naturaleza, guardianes del medio ambiente, para
evitar que los signos de destrucción y de muerte acompañen el camino de
este mundo nuestro. Pues, cada vez que se destruye una especie entera
como mínimo se destruye algo irreparable, se destruye una cadena molecular
específica y única que se expresa en forma de lo que llamamos vida. Por el
contrario, el universo entero se nos aparece como un don y -en efecto- en él
descubrimos una auténtica gramática en la que aprendemos no sólo criterios
para su uso sino también para su destino. Muy especialmente ahora, con el
desarrollo de la genética, que nos abre un increíble nuevo cosmos de
posibilidades nunca vistas dentro del cosmos conocido.
En ese contexto, y en palabras de quien no le molesta ser copiado, no
podemos entendernos sólo como individuos aislados, pero tampoco es
suficiente entendernos como colectividad, como grupo humano. Esto todavía
no sería suficiente para poder leer íntegramente el libro de la vida. La vida
humana está en relación con el medio en el que se desarrolla y está en
relación con los otros seres presentes en ese medio. Pensar que es posible
la vida humana con independencia del medio ambiente y de los otros seres
vivos podría llegar a ser una “idolatrización” del ser humano. La integridad de
la naturaleza se convierte así en el gran reto. Y su coherente desarrollo para
asegurar nuestra subsistencia en otro más grande si cabe.
Y es que precisamente por gozar de conciencia e inteligencia hemos de vivir
todo ello en una ineludible responsabilidad con respecto a todo el universo.
Responsabilidad que no sólo se reduce a defender la tierra, el agua y el aire
como dones que pertenecen a todos. También se debe proteger al ser
humano contra la destrucción de sí mismo. El planeta entero está gimiendo,
podemos sentirlo, casi escucharlo, y está esperando que lo protejamos: de la
misma manera que espera el propio ser humano. La solución queda justo en
su origen, en la naturaleza y en sus enseñanzas.
Alberto T. Estévez, Green Barcelona Project, 1995-98: creación de un gran parque con cubiertas verdes interconectadas.
Biolearning aplicado a la arquitectura y el diseño
Así es, todo se soluciona desde un aprendizaje (fino) de la naturaleza. Desde
todos sus niveles, desde el más “interno” e intramolecular, accesible ya hoy
merced a la genética, hasta el más “externo” y superficial, también imitado
por el ser humano desde su aparición. Por ejemplo, no es casualidad que el ser humano se sienta atraído por la visión del fuego, de la tierra (las rocas
bajo la acción del agua y el aire, los cristales geológicos bajo la acción de
procesos físico-químicos), del agua (el mar, las olas) y del aire (las nubes, el
humo). Coincidiendo además con las 4 raíces de Empédocles, con los 4
elementos primigenios: en ellos se verifica como sus formas cambiantes
quedan configuradas permanentemente por acciones o leyes que afectan a
todo el conjunto y a cada una de sus partes por igual. La arquitectura y el
diseño que sigue también similares leyes convoca igualmente similar
atracción: algo invisible al ojo humano, que “inunda desde dentro” cada
célula, toda su apariencia y hasta el último rincón (continuidad), que resuena
en todas sus partes y configura el conjunto (concinnitas), y que controla
irremediablemente su constante evolución (sistema emergente).
Por otro lado, en el mismo surco de una primigenia imitación de la naturaleza,
el término biomimética ha tenido una indudable fortuna crítica en los últimos
tiempos. Y aparece por doquier como valor positivo en multitud de áreas. Sin
embargo, más pareciera que no es del todo adecuado, ni riguroso en su
aplicación, que acaba haciéndose con un sentido demasiado amplio y
diverso. Cuando en realidad no se hace una biomimética, una mímesis de la
vida, no se copia o imita la naturaleza sin más. Se está utilizando tal término
cuando tan sólo se trata de una inspiración formal -lejana a veces- de la
naturaleza. Pero es una inspiración, no una imitación. O más propiamente,
también se aplica la misma palabra cuando lo que sucede en verdad es una
previa observación de algún ser vivo, que lleva a sintetizar alguna
característica que pueda ser de interés para su aplicación a los distintos
campos, seguido finalmente de su efectiva aplicación, que tampoco es
imitativa. No hay pues mímesis alguna sino todo un proceso de aprendizaje,
aprendiendo de la naturaleza, madre y maestra que se diría metafóricamente.
Lo que se produce debería pues llamarse más propiamente biolearning,
distinto de la biomimética, biomimetics (mímesis, imitación, copia de la
naturaleza), o de lo que podría calificarse como bioinspirado, bioinspiring.
De hecho, paradójicamente, en sentido estricto, la “naturaleza” en realidad no
existe. Se trata tan sólo de una abstracción humana, una simplificación para
entenderse. Y si no se fijan bien los parámetros que la definen es cuando se
dan malentendidos. Pues simultáneamente unos y otros se refieren a
términos y puntos de vista diferentes. De ahí que cuando Louis Sullivan soltó
la frase “form follows function” no sabía que los racional funcionalistas del
siglo XX la pervertirían hasta convertirla en un falso dogma. Él se refería,
maravillado, a cómo las formas visibles en la así llamada naturaleza se
adecuan y responden a las funciones que el respectivo ser vivo necesita
desplegar.
A algunos con entendimientos más avanzados podría parecerles trasnochado
el tema. Pero la verdad es que nos lo seguimos encontrando en el día a día
de la crítica y de la enseñanza de la arquitectura, pues estamos en una
especie de bucle crítico/profesor-alumno- crítico/profesor-alumno-etc., del
que no parece haber solución de continuidad... Entonces, ¿”la forma sigue a
la función”? “La forma sigue a la función” pero de infinitas maneras
distintas... Desde un protozoo a un tigre, todos tienen la función o necesidad genesiaca de (sobre)vivir, y las secundarias de alimentarse, reproducirse, etc.
y así hasta las funciones y posibilidades más específicas o sofisticadas de
cada vegetal o animal. Sin embargo, tan sólo hay que mirar un pequeño
prado en primavera para darse cuenta de que la/s misma/s funcion/es
pueden resolverse desde hace millones de años con mil formas, colores,
aromas, sabores y texturas diferentes.
Form follows function? Form follows function, pero, ¡de infinitas maneras!
Imágenes: Alberto T. Estévez, de las series “Naturalezas vivas”, paisajes y otras carnosidades, realizado con microscopio de barrido electrónico sobre estructuras naturales en su nivel más genesiaco, primigenio y original, Barcelona, 2009-10.
IZQUIERDA: Anciano de cristal. DERECHA: Gesto de invocación.
Pues de igual manera debe actuar el diseñador y el arquitecto, en el delicado
equilibrio en que forma y función se deben alimentar mutuamente para su
resolución y uso, reconociendo la “biodiversidad” arquitectónica como un
valor, igual que la reconoce en la naturaleza. Si bien, al empezar su tarea
debe entender que ha de definir la “especie” y la “raza” que va a configurar
hasta llegar a su espécimen final a crear. Pues, lo que está proyectando debe
tener características de sistema coherente y armónico desde todos sus
puntos de vista. Y en esa incipiente tarea, debe servirle la pregunta de ¿estoy
haciendo una gacela, un elefante o un tigre?
Razas de edificios
(“entre comillas y entre paréntesis”)
“Una buena idea es mucho mejor que la destreza”, que decía uno, cuando
“una mala idea nunca podrá redimirse con una buena realización”, que
exclamaba otro, pues, “de una mala idea no puede salir un buen proyecto”,
que concluía un tercero... Y así sucesivamente, todo en boca de personas
sabias, respetadas, admiradas... Luego, algo de crédito tendrán esas
palabras.
Entonces, llega la primera pregunta: ¿qué idea de edificio o de objeto
tienes? ¿Quieres hacer un limonero? ¿Prefieres un lepisma? ¿Una jirafa?
Sirva esto para explicarse, a modo de hercúlea labor, cuando -como decía
otro más- “la arquitectura no puede enseñarse, sólo puede aprenderse”. O en
una variación de lo mismo, “la arquitectura es visión, imposible de enseñar,
difícil de aprender”.
Y para acercarse a cómo aplicarlo a la arquitectura y al diseño, lo más
tangible de la “idea” de un viviente sería su respectivo ADN (otra vez para
entendernos de manera llana): algo invisible al ojo humano, que “inunda
desde dentro” cada célula, toda su apariencia y hasta el último rincón
(continuidad), que resuena en todas sus partes y configura el conjunto
(concinnitas), y que controla irremediablemente su constante evolución
(sistema emergente). La mismas condiciones de seducción que lo dicho
sobre el fuego, la tierra, el agua y el aire: las mismas condiciones de
seducción que la arquitectura y el diseño deben lucir.
Así, llámesele cómo se quiera, el ADN del edificio -casi podría decirse
también su alma, o la parte más “honda” de su ser- ha de estar claro en la
mente de su creador. E “insuflado” en el proyecto a modo de sistema, hará
que crezca solo. Claro que debe ser una idea fuerte, con potencial, o sólo
producirá un ser patético y hermético.
A tal diseño arquitectónico únicamente habrá que darle su justa
“alimentación”, equilibrada, que llegue hasta el último detalle; y las necesarias
“horas de sueño”, de reflexión y reposo; en un clima favorable para su
correcta “supervivencia”, ¡qué no es poco! Siempre en pos de la coherencia
entre el genotipo y el fenotipo arquitectónico, entre el “motor” interno y
conceptual y su armónica ejecución final y constructiva (escrito todo ello con
un sentido amplio e ilustrativo).
Además de asegurar que en su tránsito, los educadores -por sus propias
limitaciones, obsesiones y frustraciones- y el contexto social, no le torturen,
no le conviertan en un ser arquitectónico “mentalmente” torcido, extraño,
mutilado. O sea, que por ignorancia -o desidia- no se malbarate una buena
idea (difícil de tener y/o identificar, y fácil de fastidiar). Ya que no cualquiera
(es algo escaso) es capaz, por mucho que (es algo frecuente) uno se
considere a si mismo talentoso: inteligencias menores y rudas sensibilidades,
con esfuerzo, sí que pueden mejorar, pero nunca cambiar. Si bien más se
“chulea” el joven mediocre (por su engreimiento de juventud, y por el
desconocimiento de su propia existencia gris) que el viejo (por haberse
podido chequear a si mismo con 10 veces más casos que el joven). Cuando
tampoco ayuda la actual falta de intensidad en la adquisición de cultura, o la
exposición a las referencias menos eficaces que conlleva más bien el
contacto con subculturas, pseudoculturas o, directamente, inculturas.
Un desarrollo desde un germen poderoso, que le dé larga y fecunda vida,
llevado con la suficiente libertad, pero con la exacta dosis de disciplina, sería
como debe llevarse un proyecto. Como con la sal, o te pasas de salado o te
quedas corto de soso. El punto de equilibrio preciso es muy delicado, pues
puede convertirse en un “punto de no retorno”: no fallaba Antoni Gaudí
cuando decía que por querer ser pretenciosamente demasiado original se
pierde la necesaria cualidad de seducción que también un edificio debe
mostrar.
Hacia una belleza objetiva (sachliche Schönheit)
En la línea de lo que se comentaba antes, ¿por qué nos gusta mirar las
hogueras (fuego), los riscos (tierra), las olas (agua), las nubes (aire)? No nos
cansa, nos tranquiliza, nos atrae, todos coincidimos en percibir en ello
belleza, una “belleza objetiva”. Además, al moverse nos despierta un interés
adictivo. No son formas que nos aburran, por su complejidad, por que
cambian (sin movernos nosotros), nos sorprenden incluso. Cuando cada una
de las partes responden al todo, por leyes objetivas, por condicionantes
físicos y químicos, genéticos en el caso de los seres vivos que necesitan
cumplir con funciones concretas. Cuando cada parte se refleja en el conjunto
y el conjunto en las partes, existiendo una correspondencia orgánica,
organizada, continua, coherente, unitaria. Cuando cada una de esas palabras
se convierten en un valor para la arquitectura y el diseño. Siempre todo
impulsado, creado, por unas fuerzas comunes externas físico-químicas y/o
internas propulsadas por el ADN.
Y cuando los condicionantes son casi pura y exclusivamente genéticos, o por
lo menos aún mayoritariamente genéticos, cuando todavía no se reflejan del
todo las consecuencias de una concreta alimentación, de hábitos, de
climatología, de herencia genética específica y diferenciadora, o de cualquier
otro condicionante aleatorio externo, es entonces cuando el carácter
emergente de la vida impulsado por el ADN “transparenta” más su propia
fuerza: es entonces cuando saltan los calificativos unánimes, espontáneos y
populares de “gracioso”, “encantador”, “tierno”, como se da comúnmente ante
la visión de cachorros y bebés.
Todo ello fundamenta la “belleza objetiva”, de la que hablaba Antoni Gaudí,
cuando algo tiene características que hacen cumplir las definiciones de
belleza y que además se coincide en calificarla como tal. Y sin embargo en
tiempos de Antoni Gaudí ni existía la genética, y por tanto no sabía de las
consecuencias del “ordenador natural” que es el ADN, ni por supuesto
disponía de ordenadores digitales que pudiesen organizar un conjunto
complejo y unitario, a la vez que pudiesen medirlo con precisión absoluta y
controlarlo. Por lo que tuvo que inventarse sus propios ordenadores no
digitales: cuerdas catenarias colgando libremente en el espacio, que merced
a la estratégica situación de bolsitas con plomo podían simular a escala las
cargas reales que el edificio debería soportar, ordenando con ello sus líneas
“automáticamente”, “paramétricamente”. Líneas que no decide directa y
milimétricamente el autor sino el “ordenador” por él dirigido en configuración
de una belleza objetiva, armónica, matemática.
Entonces, la “belleza objetiva” se convierte en “belleza necesaria”, cuando se
torna en una necesidad humana y una obligación de servicio del arquitecto y
del diseñador a la humanidad. Prestos a crear la arquitectura y el diseño
igualmente complejos, que no pueda agotarse con un golpe de vista, ni
entenderse en un segundo, donde cada punto de vista sea diferente (al
movernos nosotros), que por tanto despierte el interés, a la vez que responda
a un todo coherente. Pues, es la naturaleza la que nos enseña el camino de
su generación y desarrollo.
Bien expresó aquel otro personaje el ver cara a cara tal deslumbrante belleza
al decir que “es como una embriaguez, como una locura que nos invade. El
gozo amenaza aniquilarnos, la exuberancia de belleza, asfixiarnos. El que no
haya experimentado esto no comprenderá nunca el arte plástico. Al que
nunca le han extasiado los caprichosos remolinos de la hierba, la maravillosa
dureza de las hojas de cardo, la áspera juventud de los capullos cuando
brotan, el que nunca se ha sentido cautivado e impresionado hasta el fondo
de su alma por la pujante línea de las raíces de un árbol, la impávida fuerza
de la corteza resquebrajada, la esbelta suavidad del tronco de abedul, la
infinita quietud del extenso follaje, [el que no haya experimentado esto] no
sabe nada de la belleza de las formas.”
Mientras que la misma pasión la expresaba también Antoni Gaudí así, al
decir que “capté las más puras y placenteras imágenes de la naturaleza. Esta
naturaleza que siempre es mi maestra. (...) El gran libro, siempre abierto y
que hay que esforzarse en leer, es el de la naturaleza; los otros libros están
sacados de este y deben contar con las equivocaciones e interpretaciones de
los hombres. Todo sale del gran libro de la naturaleza (...). Este árbol cercano
a mi taller: ¡este es mi maestro!”
Deambulando por tales senderos se llegaría a concretar aquel “aprendiendo
de la naturaleza” del título de este escrito en este otro, “aprendiendo del
árbol”, como se ve tomó Toyo Ito de Antoni Gaudí al decir en una de sus
conferencias en Barcelona:
“1. Los árboles generan orden en el proceso de crecer a lo largo del tiempo.
2. Los árboles generan orden por repetición de reglas simples.
3. Los árboles generan orden por medio de relaciones con los que le rodean.
4. Los árboles están abiertos al entorno.
5. Los árboles son sistemas fractales.”
Pues, son los aspectos orgánicos de sus obras los que le han hecho brillar
con luz propia: lo orgánico, formal y conceptualmente entendido sin solución
de continuidad, como generado por un sistema coherente que resuena en
todas las partes del conjunto en sinfonía acordada, que infunde un carácter
concreto al edificio, que lo determina como especie, como especial. Es cierta
complejidad geométrica y morfogenética, que se percibe como armonía, el
ADN del edificio. Este es el aprendizaje que toma Toyo Ito de los árboles,
este es el aprendizaje que Antoni Gaudí intuía en los árboles, este es el
aprendizaje que impartimos aquí, aprendiendo de las ventajas de la
naturaleza para diseñar arquitectura con las ventajas de las herramientas
digitales. Evidentemente que esto nos lleva a entendernos dentro del
organicismo digital, que declaré como el primer movimiento de vanguardia del
siglo XXI ya a principios del mismo.
Condiciones de fractalidad: Alberto T. Estévez, Imágenes de fractalidad.
Y más allá de las intuiciones de Toyo Ito sobre la fractalidad de los árboles, la
investigación que realicé a partir del año 2008 con microscopio de barrido
electrónico, sobre el primer nivel en que las masas amorfas de células se
organizan en estructuras eficientes para resistir esfuerzos -algo bien
relevante para la arquitectura- llevó a corroborar, por ejemplo, con bambúes y
esponjas marinas, las condiciones de fractalidad con que crecen los seres
vivos: cómo la estructura de bambúes y esponjas está formada a su vez por
pequeñas estructuras de bambúes y esponjas microscópicas. Condiciones
que les convienen también a los edificios. Fractalidad que hoy en día con la
tecnología de la impresoras 3D puede llevarse a cabo desde una escala
milimétrica, conformando las estructuras -hasta hoy- macizas con pequeñas
estructuras microscópicas, donde la ligereza y el ahorro de material es
máximo para igual resistencia, además de aumentar su capacidad de
aislamiento térmico.
Condiciones de fractalidad: Alberto T. Estévez, Imágenes de fractalidad.
IZQUIERDA: Gente fractal, gente brócoli, 2007. DERECHA: Mi mano, 2011-12
En esta discusión (hacia una creación de estructuras fractales) tiene que
ver también la llamada “paradoja del cepillo”, la del “bípedo versus ciempiés”,
la del que un pelo suelto no aguanta nada, pero un millón de pelos juntos pueden soportar el peso de un bípedo de gruesas piernas o columnas. La
misma paradoja de que una hormiga aumentada sin más a gran tamaño
colapsaría. Mientras que miles de hormigas juntas, unas sobre otras, pueden
conformar sin problemas ese mismo gran tamaño.
IZQUIERDA: La “paradoja del cepillo”, “bípedo versus ciempiés”
(creación de estructuras fractales).
CENTRO: Alberto T. Estévez - Aref Maksoud, Rascacielos biodigital, frente marítimo de
Barcelona, 2008-2009 (derecha, detalles de esponjas marinas caribeñas, 100x, 400x y 3000x
aumentos, realizado por Alberto T. Estévez con microscopio de barrido electrónico; izquierda,
renders del archivo de scripting 3D mostrando los resultados de las implicaciones de las
reglas genéticas y estructurales de esponjas, de la investigación biomicroscópica a las
herramientas paramétricas: estructura fractal para impresión 3D).
DERECHA: Típica torre humana catalana.
Esto es algo que el sentido natural constructivo de la tierra natal de Antoni
Gaudí conoce bien. Pues, si en realidad existiese un gigante este se
deformaría, las torres humanas que levantan como secular tradición popular
demuestran como muchos hombres juntos, unos sobre otros, pueden
alcanzar un “cuerpo” de mucha altura.
Del biolearning a las herramientas digitales: aplicación de estrategias fractales en la
arquitectura. Alberto T. Estévez, Genetic Architectures Office, Antena de telecomunicaciones
fractal, energéticamente autosuficiente y purificadora de aire, Santiago de Chile, 2013-14. (8 generaciones, 3.276 barras, ángulos de 60º).
Biolearning... ¡Qué lejos estamos aún de ello!, pues la valoración de la
arquitectura y su enseñanza se sigue dando a través de críticos, urbanistas y
arquitectos convencionales que no han salido aún del círculo vicioso del
racional-funcionalismo y del contextualismo. “Palabra sacra” esta, contexto...
Pero, en definitiva, p. ej., ¿no son acaso “contexto” los árboles de las calles,
parques y paisajes? Entonces, ¿cómo es que tienen “problemas” si el
entendimiento de mi edificio es más cercano a un árbol que a las cajas de
alrededor (llamadas bloques de viviendas)?
IZQUIERDA: Puerta anónima extraída aleatoriamente de Internet.
DERECHA: Alberto T. Estévez, Genetic Architectures Office, Puerta digital de liquen, Castellón, 2012.
Arbitrariedad, aún...
Nunca está de menos un canto a favor de los términos más “perseguidos” por
el establishment mayoritario y monopolizante de la arquitectura: emoción,
expresividad, belleza, o, pongamos ahora por caso su presunta
“arbitrariedad”. Si bien, rancia es la cuestión de las arbitrariedades formales
que hoy se observan en el uso de tecnologías digitales. Llevamos años
oyendo tal cantinela, en boca de quien no sabe y que por oculta envidia
desprecia, como en la fábula de la zorra que dice ver verdes las uvas que no
alcanza.
En este mundo de dominante racional-funcionalista, ignorante y pragmático,
donde la falta de cultura activa el dogmatismo para autojustificarse, es loable
una voluntad que pretenda reconocer y poner en valor los aspectos
subjetivos, “arbitrarios” y no cuantificables que existen en las decisiones de
diseño. Sin embargo, la subjetividad, la arbitrariedad y lo no cuantificable en
verdad no lo es tanto. Al profundizar en cada decisión tomada, siempre
aparecen fuerzas concretas, “cuantificables”, que empujan. Hasta la presunta
arbitrariedad más descarada está guiada por la inteligencia emocional del
sujeto en su trabajo. Por muy secretas que nos parezcan aún las decisiones
del corazón, de la psique, del alma, o llámesele como se quiera, no son más
arbitrarias que las de la razón.
Así, quedaría todo en una mera discusión terminológica, por la precipitación
del ser humano al comunicarse -y al conocerse a si mismo- sin rigor. Pues,
tan arbitraria es una falsa objetividad digital como una falsa objetividad cartesiana de quien escoge una esfera, un tetraedro o un cubo. Y por tanto,
tan arbitrario es dejarse llevar por geometrías simples, aunque limiten las
arbitrariedades, como igualmente limitarlas dejándose llevar por las
ecuaciones matemáticas integradas en el software que sea. En realidad,
ambas vías -digital y cartesiana- nos ofrecen la seguridad de limitar nuestras
propias aparentes arbitrariedades.
El círculo y la esfera, seguidos del triángulo equilátero, el cuadrado, el
tetraedro, el cubo, etc., suponen las figuras más básicas: “puras” se les llama.
Gozan de la mínima “arbitrariedad” en su constitución, una única medida los
configura. Tan sólo hay que escoger tal medida y las veces que se la quiere
repetir. No es posible un menor número de toma de decisiones en geometría,
necesaria para representar la arquitectura y el diseño, para luego poder
reproducirse a la escala que le convenga de cara a adquirir utilidad. Claro
que esta máxima simplicidad, tan rápido como entra a satisfacer las
necesidades no físicas del ser humano, tan rápido como entra, tan rápido
sale. Se entiende y conoce enseguida, por lo que también aburre pronto a un
ser humano que necesita mantener despierto su interés para sentirse más
vivo. Como quien apretara de manera sostenida una única nota en una
composición musical, es un único círculo o esfera en la arquitectura y el
diseño. Así se cumple aquello de que a mayor simplicidad, menor
“arbitrariedad”, pero menor durabilidad en la natural curiosidad humana,
mayor pérdida de interés en la pieza.
Entonces, cada decisión sumada a la primera, cada subsiguiente acumulada
“arbitrariedad” en su elección, gana el resultado en dificultad y también en
interés potencial, si -por supuesto- se resolviera con inteligencia y
coherencia. Pues, cada decisión ha de implicar su aplicación a todo el
conjunto. Y de nuevo entraría aquí aprender de la naturaleza: esta pone la
complejidad, nosotros tan sólo hemos de añadirle la contradicción, si así
quisiéramos ganar aún más en profundidad e interés, hasta llegar al justo
punto de seducción antes mencionado. Y dejar caer unas “gotas” de misterio,
una “pizca” de carácter enigmático y/o simbólico, un punto de surrealidad.
Siempre con la precaución de no “pasarse de la raya” en ello, que se
manifestaría en la pérdida de la necesaria “frescura” y gracia que la
arquitectura y el diseño deben sugerir.
Alberto T. Estévez, Bosque crucificado, estructura urbana, 2009-2010.
Investigación genética sobre el control del crecimiento, haciendo crecer células vivas a modo de material arquitectónico y espacio habitable.
Y es que para progresar más y mejor hay que zafarse de las
convencionalidades de la escena. Que emergen hasta al tratar de
extravagante la organicidad digital, al desafiar la geometría cartesiana.
¿Extravagancia? Ante la organicidad de la naturaleza, millones de años más
vieja y eficiente, más extravagante es un cúmulo de cajas cuadradas: para
recuperar el norte perdido en la destrucción de nuestro planeta hay que
volver al origen, y ese es la naturaleza.
Arriba DERECHA: Edificio anónimo extraído aleatoriamente de Internet.
CENTRO: Alberto T. Estévez, Genetic Architectures Office, Edificio multifuncional, Hard, 2014.
Para ello hubo siempre personajes, ideas y tendencias que matizaron la
arquitectura cartesiana, funcionalista y objetiva: desde la humanización de la
arquitectura, el expresionismo, el surrealismo, el informalismo, el
organicismo, el regionalismo crítico, el contextualismo, etc., hasta el
posmodernismo y las tendencias arquitectónicas que le siguieron. O todos los
que despertaron directamente y sin paliativos al antifuncionalismo,
Friedensreich Hundertwasser, Friedrich Kiesler, Hans Hollein... toda una
solapada legión. Sólo hay que seguir con finura el auténtico hilo de la historia,
sin dejarse llevar por los tópicos que nos la explican.
¿Bioarquitectura?
Antes de acabar, a modo de epílogo de estas páginas, aún se deben añadir
estos párrafos, aunque sea en “letra pequeña”: dónde hay distinción no hay
confusión. Pues bien, si a la palabra biología le damos la definición de la
ciencia que estudia a los seres vivos, y si el término bio-art identifica el arte
que incluye seres vivos, entonces, ¿por qué se ha empezado a llamar
bioarquitectura a la que simplemente tiene unas placas solares?, o a la que
se construye con tierra, o a la que dibuja las consabidas flechitas azules y
rojas de corrientes de aire, o a la que tiene en cuenta materiales renovables,
etc., etc., etc.
Seamos rigurosos... El inventarse la bioarquitectura no va a ser menos, y se
deberá definir por tanto como la arquitectura que incluye seres vivos. Siendo esto por cierto una muy amplia definición. Pues una sencilla cubierta vegetal
ya es un elemento arquitectónico que incluye seres vivos para beneficio de
los usuarios.
Pero mientras, este es el último gran equívoco terminológico que se está
deslizando de manera sibilina en la arquitectura, y por extensión al resto de
campos. Quizá por inocente contagio, por la moda de incluir el término “bio”
en cualquier producto, que parece así prestigiarlo, aunque pueda provenir en
realidad de una mera estrategia comercial. Cuando más bien para esos
casos se debería acompañar la palabra arquitectura de algún derivado de los
términos medio ambiente, ecología, sostenibilidad, etc. Todo menos el prefijo
“bio”, que debería reservarse de modo exclusivo a lo que realmente integra
vida real entre sus elementos arquitectónicos.
Está claro que no es la primera vez que se introducen equívocos en el uso de
las palabras por parte de los arquitectos. Hasta respetados profesores y
críticos los siguen. Ahí tenemos los ejemplos aún actuales, que parece ya no
podrán extirparse nunca, denunciados y explicitados en las páginas 112-114
y 193-196 del libro Al margen: escritos de arquitectura (Abada, Madrid, 2009).
Por un lado, la gran confusión entre los arquitectos hispanoparlantes de los
términos modernista-moderno / modernismo-modernidad, debido en gran
medida a las erróneas traducciones de publicaciones anglosajonas. O por
otra parte, la babel entre escultura y arquitectura, proveniente de los
prejuicios del racional-funcionalismo. Y hasta el abuso de las palabras
minimal y minimalista, frívolamente aplicadas a la arquitectura. (También la
palabra “metáfora” se suele repetir demasiado en una aplicación
excesivamente laxa, tampoco del todo correcta).
Los que aspiren a cierta seriedad deben ya ponerle coto a esto, y enseñar
¡exigir!, a que se hable con propiedad.
El fin, el principio
Sí, finalmente, resumiendo, ¿qué es primero? ¿Qué es relevante para la
arquitectura biodigital y el diseño? ¡Biolearning! Que también conlleva vida
(naturaleza), herramientas digitales y formas orgánicas (ver el libro
Arquitecturas Genéticas II), técnicas biológicas y digitales (ver el libro
Arquitecturas Genéticas III), genética, computación...
Y ¿cómo llamar a la arquitectura con (bio)elementos vivos?: arquitectura viva,
bioarquitectura, arquitectura natural. Pero (bio)elementos vivos que definen
y/o están también en el concepto mismo o en la idea arquitectónica, y esto
incluye su estructura, espacio y piel. E igualmente lo mismo al otro lado del
espejo, en el reino digital. Elementos que ayuden a obtener mejores
condiciones, condiciones físicas, condiciones metafísicas, mejor uso y/o
condiciones de confort, más eficiencia (¡sostenibilidad!), aplicación de
criaturas vivas naturales y/o criaturas vivas digitales para un mejor uso
arquitectónico, como por ejemplo cubiertas y fachadas verdes (arquitectura
viva), y/o cubiertas y fachadas robotizadas (arquitectura responsiva), esta
siempre concebida, diseñada y fabricada digitalmente.
También en un nuevo entendimiento contemporáneo de naturaleza, de
ecología, de paisaje: no un entendimiento conservacionista de naturaleza, de
ecología, de paisaje (ver el Manifiesto de la bioplasticidad). Cuando ya no se
trata de entender la arquitectura como objetos arquitectónicos “en el paisaje”,
sino cuando la arquitectura “es paisaje”, ¡y hasta naturaleza!: cuando la
arquitectura “es” naturaleza. (Consiguiendo para la arquitectura la fusión y
disolución contemporánea del fondo y la figura, como antes hizo el arte).
Al final, las respuestas a las cuestiones que de manera fehaciente la
arquitectura y el diseño debieran resolver ¡para la supervivencia planetaria!,
pasaría por hacer que emergieran sin solución de continuidad “en”, “con” y
“de” la naturaleza, hasta que por fin la arquitectura genética fuese ya sólo
naturaleza. Primero fue con técnicas artesanales, más bien de jardinero,
como desde Babilonia. Ahora sería con técnicas biológicas y digitales. Y en el
futuro con técnicas puramente genéticas, donde habría que alcanzar una
definitiva, perfecta y total fluidez entre naturaleza y arquitectura.
Alberto T. Estévez
No hay comentarios:
Publicar un comentario